
LOS PROTOCOLOS DE ATENCIÓN ODONTOLÓGICA EN TIEMPOS DE PANDEMIA Dr. Luis Fernando Calderón Moncayo

Los protocolos clínicos de atención en colegas más expertos, para evitar, como en la odontología aspiran a mejorar la calidad de atención en salud oral, creando un nuevo y mejor estilo de decisión clínica. No es el profesional quien va a determinar lo que es mejor, sino que serán los expertos quienes construyen y proponen autorizadamente qué intervenciones odontológicas son las más apropiadas para las diversas situaciones.
La amplitud en su aplicación universaliza la nueva y mejor calidad en la práctica odontológica, tanto en la práctica general como especialista, para toda la población, para todas las ciudades o municipios, sin importar su ubicación.
Los protocolos en época de pandemia reducen las intervenciones clínicas, buscando racionalizar los tratamientos, eliminando las intervenciones diagnósticas o terapéuticas de utilidad nula, dudosa o estética, concentrándose en las prioritaria y urgentes.
El propósito de los protocolos es que los profesionales de la salud oral traten a sus pacientes con la competencia propia de sus colegas más expertos, para evitar, como en la situación actual, la propagación de la enfermedad. Si lo hicieran en todas partes y en todos los estratos sociales, se contribuirá, con un aporte, desde nuestra profesión, a salir de este problema de salud
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Existe en nuestro gremio de odontólogos un asunto controvertido, algunos profesionales pueden reaccionar con indiferencia, e incluso con discordia, ante la publicación de los protocolos clínicos en estos tiempos. El acoger y aplicar los protocolos no quiere decir que están renunciando a su libertad clínica, es escoger lo mejor para su paciente.
Los protocolos clínicos son poderosas herramientas de control al servicio de los profesionales y por ende, de la comunidad en general. En un de temor por mala práctica, los jueces (magistrados) podrán conferir a los protocolos la lex artis. Se puede determinar que puede caer el profesional en una mala praxis si no los acoge. En ciertas circunstancias se contrapone al concepto de mala praxis. La no aplicación de los protocolos clínicos revela una clara incomprensión de su naturaleza.
Se puede manifestar y asegurar que los protocolos clínicos tienen autoridad ética en la medida en que estos sean profesionalmente correctos y actualizados. Se puede decir que son una expresión autorizada, ecuánime y no soslayada del valor de las intervenciones en la práctica odontológica en todo momento, y más aún cuando se vive en momentos tan difíciles como es el de la pandemia. La realización de los protocolos en atención odontológica en estos tiempos exige la separación puntual entre lo probado y lo hipotético, entre lo confirmado y lo meramente intuido. El protocolo clínico necesita loar con honestidad y realismo los riesgos, beneficios y costo de las intervenciones que se va a ejecutar.
Los protocolos son valoración exacta (o muy aproximada), sincera e independiente. Sus normas son realizadas por seres humanos, que pueden ser catalogados como expertos y que podrán. en algún caso, no ser capaces de diferenciar entre lo subjetivo y lo objetivo, entre duda personal e incertidumbre científica. Como humanos no son expertos infalibles, por eso es siempre será necesario una discusión pública, para garantizar su transparencia. Los protocolos clínicos siempre deben revelar sus fuentes, así como expresar sus restricciones y sesgos, y reconocer su provisionalidad. Esto último es muy importante tenerlo en cuenta.
Un protocolo tiene que combinar lo intelectual con lo organizativo. Hay que difundirlos, deben ser convincentes y enseñarlos al cuerpo profesional para que los pongan en práctica. Sería ideal esperar que todos los odontólogos sin excepción cumplan con su deber de aplicación de estos en forma permanente e incorporarlos a su práctica habitual.
Las autoridades deberán ser las responsables de que un protocolo llegue a los odontólogos, cómo llevarlos, qué formato darle, en qué medios transmitirlo, ver mecanismos para favorecer su aprovechamiento y facilitar los cambios que el protocolo quiere inducir. No basta publicar los protocolos en las revistas, en muchas ocasiones deberán ser difundidos por medios virtuales, en lo posible en forma personalizada y participativa. En pequeños grupos en lugar que en grandes reuniones.
Hay que exponer periódicamente la eficacia del protocolo, con hechos y pruebas. Haciendo el seguimiento del contenido y sus controles. Hay que actualizar continuamente los protocolos y retirar de la circulación los obsoletos, sustituyéndolos por versiones nuevas. Algunas normas permanecerán, pero otras con el paso del tiempo y nuevas investigaciones ya no serán pertinentes.
Es bien sabido que la existencia de protocolos clínicos obliga al profesional a reconsiderar la esencia y los límites de la libertad de su accionar en la práctica profesional. En muchas ocasiones existen diversas, e incluso lo contrarias formas de proceder, en la atención de un mismo paciente, de una misma enfermedad. Hay que comprender que las diferencias de criterio se deben a situaciones de escepticismo o de duda legítima, y que en ciencias de la salud vale también el principio de que en la duda vale la libertad, ejercida con racionalidad. Nunca el profesional de la salud, particularmente el odontólogo en el caso que nos compete, puede invocar su libertad de acción como justificación de una conducta imperfecta o caprichosa.
Los protocolos son una ayuda para el ejercicio de la libertad profesional en el campo de la salud. Se pone en claro que no todo da lo mismo, que no todo es lícito, que no todas las maneras de práctica son igual de correctos. Los protocolos clínicos tienden a refutar falsedades muy arraigadas: que, por ejemplo, más intensidad significa mejores resultados, que más costoso es más eficaz, que más actual es más seguro.
Manifestarse displicente o insurrecto ante los protocolos es signo de falta de ética y profesionalismo. De igual forma podría ser aceptarlos ciegamente. No conviene exagerar la verdad: ni la de la libertad del profesional, ni la de autoridad ciega y eterna de un protocolo clínico. El profesional de la salud es el responsable de su libertad de actuación, maneja las guías de la práctica clínica, las debe inspeccionar con curiosidad crítica, y decidir en qué medida las adopta dentro de su medio. Al decidir aceptarlas o rechazarlas, estará dispuesto a dar justificación basada en lo científico y académico para que sea defendible.
Hay que tener en cuenta que los protocolos clínicos eliminan diferencias, pues uniformizan la práctica profesional, trayendo como ventaja que los pacientes recibirán una atención de mayor calidad, pero hay que tener en cuenta que puede ocurrir que los pacientes ni los tratamientos en su gran mayoría son estándar.
Los protocolos pueden ser invocados como razón de peso para denegar ciertos tipos de tratamientos a determinados pacientes, donde el juicio del profesional y las preferencias del paciente serán determinantes.
La ética en los protocolos viene de la calidad técnica y científica donde no se coarta la libertad y se hace más responsable al profesional.
Los protocolos juegan un papel importante en la progreso y universalización de la calidad de la atención profesional. Donde se respeta la vida y se trata de mejorar la condición de salud del paciente. Son normas que pretenden hacer lo mejor por el paciente y ayudan al profesional a satisfacer el derecho de los pacientes a una atención de calidad científica y humana empleando los recursos de manera adecuada para sus tratamientos.
Los protocolos no deberían ser órdenes punzantes y rígidas, sino consejos que enmarcan prudencia y autoridad, dirigidos a seres inteligentes y libres, de vigencia temporal y de apertura al progreso y a la crítica. Quienes los escriben y promulgan tienen el deber de mezclarlos de racionalidad objetiva, de actualización permanente, y de respeto ético hacia sus destinatarios: pacientes y profesionales de la salud. Éstos tienen una obligación de conocerlos, como parte de su educación continuada, y de seguirlos con libertad responsable.